LEER JUNTOS CON IRENE VALLEJO

cubiertacontraseñsilvido.indd¿Ves el arco? ¿No ves entre Eneas y Elisa un arco de madera? ¿Ves la flecha que se insinúa en la mano extendida de Eneas? ¿Ves la cuerda tensada en el cuerpo roto de Elisa? Mira bien, imagina, monta y desmonta la imagen soberbia de la ilustradora Elisa Arguilé para la portada de esta novela. Y navega, no por el mar como los protagonistas, sino por ese nuevo “mar” que es intenet y donde podrás “arribar” al booktrailer de la novela. La música Armenia nos transporta de alguna forma al pasado común que son las aguas mediterráneas, las tierras que baña, y la música de sus gentes.
Si tras esta introducción no te hemos motivado para leer la novela “El silbido del arquero” de Irene Vallejo, vamos a darte razones potentes para hacerlo.
La primera, y no por orden de importancia sino por orden sentimental, es que Irene Vallejo estudió la EGB en este colegio, el Basilio Paraíso. Recuerda sus paredes azules, sus aulas, sus escaleras, sus pizarras… tal y como ella las dejó. Recuerda el patio y sus sonidos, el callejón de las peleas y… momentos, varios momentos. El mejor: cuando ella escribió en una de sus libretas: de mayor voy a ser escritora.
Otras razones: es una mujer, es de Zaragoza, su novela está publicada en una editorial pequeña (“comercio de barrio” comentamos, frente a las “grandes superficies” editoriales) y es accesible: ha venido una tarde a compartir su conocimiento del mundo antiguo con el grupo de Leer Juntos. La excusa: que hemos leído su novela.
Motivada por la guerra de Siria y por sus consecuencias terribles como la muerte en el Mediterráneo o las migraciones forzadas por los conflictos, Irene Vallejo, fuera de nuestro presente, nos lleva al mito libre ya de ideologías. Y la denuncia se manifiesta con fuerza, no desde el realismo social, sino desde la constatación por el devenir de la historia de sus personajes de que pasan los milenios y, las pasiones, los hechos, son recurrentes.
La mujer como botín, la mujer como saciadora de apetitos de los hombres, la crueldad, la servidumbre hacia el poder que te alimenta y la censura (¡ay! Virgilio) el abandono, las pérdidas de seres queridos, la huida, el amor, el desamor, los encuentros y las rupturas, el volver a empezar, la mezcla de sangres… y la guerra, la cruel guerra con toda su crudeza, con toda su violencia sin idealizar, se hacen palpables, sensoriales, en esta novela. En ella, la flecha que atraviesa el cuello se te atasca a mitad de la garganta; el olor del sudor te arruga la nariz; el viento, te estremece la piel; y el sabor del mar… mezclado con arena, con besos, con sangre, con sal o con sudor, lo paladeas.
Irene Vallejo nos arrastra a otro mundo. A lo mejor no te pasa en las primeras páginas. Dale tiempo. No había mucho que nombrar entonces; Irene ha jugado con mar, arena, tierra, colina, árbol, ciervo, hierba, barco y un sinfín de palabras para que podamos ver, oír y sentir, al embrión de nuestra cultura. O a lo anterior. Con un ritmo, con una entonación, con unos sonidos de las palabras que suenan a relatos épicos y a la forma en que fueron escritos.
Características que comentamos con la autora: los protagonistas escriben en 1º persona y cada uno habla desde su punto de vista; Eros, es un dios casi cómico que tiene envidia de los humanos y asiste a lo que les pasa como si fuera una serie televisiva; está escrito en presente, lo que nos sitúa en el escenario de la acción en todo momento; a veces, parece que es un teatro; y … no nos cansaríamos de hablar con Irene, pero la sesión va tocando a su fin. Decir gracias es poco. Lo decimos tres veces: gracias, gracias, gracias.

Nota: Dido se ha convertido en Elisa, homenaje a Elisa Arguilé, ilustradora de la portada.
Otra nota: Escuchad https://www.youtube.com/watch?v=HmPz3inTjEI. Es el lamento de Dido- Elisa, ante la partida de Eneas. Emotivo fragmento de la ópera de Purcell.
La tercera: detrás de esta entrada encontrarás un artículo de Irene Vallejo sobre los grupos de lectura, y la portada del libro donde aparece dicho artículo.

IRENE VALLEJO LEER JUNTOS

Club de lectura. Columna de Irene Vallejo (1)

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